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La producción vinícola de la isla es de gran importancia, ya que ha sido justamente el vino el que ha hecho famosa a Madeira en todo el mundo. Se piensa que fue Enrique el Navegante quien probablemente introdujese las primeras cepas en Madeira durante la primera colonización. Los padres jesuitas realizaron el primer comercio con vino merced a sus extensas propiedades y viñedos.
Esta orden monástica obtuvo gran poder económico y una gran influencia en los isleños, tanto social como espiritual. El despunte real de esta industria, sin embargo, lo realizaron los ingleses en la segunda mitad del siglo XVIII, haciendo que se exportara este vino Madeira a muchos países extranjeros.
Hoy en día existen numerosas variedades de vino de Madeira. Los secos, como el Sercial o el Verdelho, son deliciosos como aperitivos fríos. Los más dulces se sirven con postres y el más rico, el Malmsey, es excelente para la sobremesa.
El vino de Madeira posee tantas clases diferentes que se puede servir a cualquier hora del día y prácticamente con cualquier tipo de comida. Para mantener la calidad de los preciados caldos durante las grandes travesías, se fortalecía con brandy.
Los experimentos concluyeron que al calentar las cubas (un proceso conocido en portugués como "estufagem"), el vino no solo se conservaba mejor, sino que adquiría un sabor quemado único que mejoraba su gusto considerablemente. Junto con el proceso de producción, las condiciones del suelo de origen volcánico, el clima y la proximidad del mar hacen del vino de Madeira una región vitivinícola por excelencia. Los principales municipios productores de Madeira son Câmara de Lobos, São Vicente y Santana. Sin embargo, el viñedo se cultiva en toda la isla de Madeira y Porto Santo.
Según un pequeño recorte de intriga que nos dejan los libros de historia, Alberto Víctor, Duque de Clarence y Avondale, recluido en la torre de Londres tras haber sido sentenciado a muerte, eligió ser ahogado en un barril de vino de Madeira.
¡Salud!
